- 01 de mayo de 2022
En 1886, las jornadas laborales duraban 16 horas, de lunes a lunes y los trabajadores querían reducirlas a 8. Una revuelta obrera multitudinaria en Chicago fue reprimida y terminó con la explosión de una bomba, en un confuso episodio.
Fueron responsabilizados ocho trabajadores, quienes fueron
condenados a prisión y a la horca
El 1° de mayo se conmemora el Día Internacional del
Trabajador, en homenaje a un grupo de trabajadores anarquistas, conocidos como
los “Mártires de Chicago” que, en 1886, fueron ejecutados por reclamar una
jornada laboral de 8 horas cuando se les exigía cumplir jornadas agotadoras de
hasta 16 horas diarias, de lunes a lunes.
Aquel día, se inició la huelga que se extendió hasta el 3 de
ese mes. El reclamo fue: “Ocho horas de trabajo, ocho de descanso y ocho horas
de recreación”. Los reclamos obreros no eran nuevos en el mundo. A fines del
siglo XVIII, los trabajadores se habían manifestado frente a las tremendas
condiciones laborales que trajo la Revolución Industrial en Gran Bretaña.
Pero en 1868, el presidente estadounidense Andrew Johnson
había establecido por la Ley Ingersoll la reducción de la jornada laboral a
ocho horas luego de décadas de reclamo obrero. Los empresarios no lo acataron
de inmediato y eso generó resistencia entre los que trabajaban en las fábricas
hacinados, sin ventilación y por salarios irrisorios. En las mismas
condiciones, lo hacían mujeres y niños, por la mitad del sueldo.
Por esto, ese 1°de mayo se inició la huelga que tuvo
epicentro en la ciudad industrial de los Estados Unido, Chicago, y se expandió
al resto del país logrando unir a más de 350 mil trabajadores en las calles de
todo el país.
La manifestación obrera en Chicago convocó a 40 mil almas y
no tardó en ser reprimida por la policía, que dejó a los primeros seis muertos
y decenas de heridos. Tras esos incidentes, se convocó a una manifestación
mayor en Haymarket Square donde, en un confuso episodio, el 4 de mayo, explotó
una bomba (alegada al anarquista Rudolph Schnaubelt) que mató a un policía e
hirió a otros. Esa jornada pasó a la historia como la “Masacre (o revuelta) de
Haymarket”.
Todo terminó con un juicio (años después considerado
ilegítimo y deliberadamente malintencionado) contra ocho trabajadores de pensamiento
anarcocolectivistas y anarcocomunistas. Cinco de ellos fueron condenados a
muerte (uno se suicidó antes de ser ejecutado) y los otros tres fueron
apresados. El movimiento obrero los llamó los “Mártires de Chicago”.
El 29 de abril de 1886, el New York Times decía: “Las
huelgas para obligar al cumplimiento de las ocho horas pueden hacer mucho para
paralizar nuestra industria, disminuir el comercio y frenar la renaciente
prosperidad de nuestra nación, pero no lograrán su objetivo”
Fue en París en 1889, durante un congreso de la Segunda
Internacional (asociación de partidos socialistas, laboristas y anarquistas de
todo el mundo), que se estableció el 1 de Mayo como Día del Trabajador para
conmemorar a los Mártires de Chicago.
Sin embargo, en los Estados Unidos y en Canadá celebran el
Labor Day (Día del Trabajo) el primer lunes de septiembre. El origen fue un
desfile realizado el 5 de septiembre de 1882, en Nueva York, organizado por la
Noble Orden de los Caballeros del Trabajo. La celebración nunca cambió al 1° de
mayo porque el presidente norteamericano Grover Cleveland temió que el día
festivo reforzara el movimiento socialista en los Estados Unidos.
La farsa del juicio
El 21 de junio de 1886, se inició la causa contra 31 obreros
considerados responsables de los hechos, pero el número se redujo a ocho.
El juicio, se consideró años más tarde, fue “una farsa” que
se realizó sin el debido proceso mientras la prensa amarilla condenaba a los
acusados. Pese a que nada pudo probarse, los ocho trabajadores fueron
declarados culpables, acusados de ser enemigos de la sociedad y el orden
establecido. Tres de ellos fueron condenados a prisión y cinco a la horca.
Hoy, se considera que ese juicio tuvo motivaciones políticas
y no razones jurídicas. Es decir, que la ideología política de los ocho pesó
más que los hechos en sí.
Los condenados a prisión fueron Samuel Fielden (inglés, 39
años, pastor metodista y obrero textil, condenado a cadena perpetua), Oscar
Neebe (estadounidense, 36 años, vendedor, condenado a quince años de trabajos
forzados) y Michael Schwab (alemán, 33 años, tipógrafo, condenado a cadena
perpetua).
“Hablaré poco, y seguramente no despegaría los labios si mi
silencio no pudiera interpretarse como un cobarde asentimiento a la comedia que
se acaba de desarrollar. Lo que aquí se ha procesado es la anarquía, y la
anarquía es una doctrina hostil opuesta a la fuerza bruta, al sistema de
producción criminal y a la distribución injusta de la riqueza. Ustedes y sólo
ustedes son los agitadores y los conspiradores”, dijo en la audiencia
condenatoria Schawab.
La pena capital se consumó el 11 de noviembre de 1887 con a
ejecución de George Engel (alemán, 50 años, tipógrafo), Adolph Fischer (alemán,
30 años, periodista), Albert Parsons (estadounidense, 39 años, periodista,
esposo de la mexicana Lucy González Parsons aunque se probó que no estuvo
presente en el lugar, se entregó para estar con sus compañeros y fue juzgado
igualmente) y August Vincent Theodore Spies (alemán, 31 años, periodista).
Louis Lingg (alemán, 22 años, carpintero) se suicidó en su propia celda en su
propia celda antes de ser ejecutado.
El 26 de junio de 1893, el gobernador de Illinois, John
Peter Altgeld, indultó a los tres condenados que no habían sido ejecutados
(Samuel Fielden, Oscar Neebe y Michel Schwab) y consideró que las condenas y
ejecuciones fueron el resultado de la “histeria, jurados empaquetados y un juez
parcial”.
También alegó que “nunca se descubrió quién había tirado la
bomba que mató al policía y la evidencia no muestra ninguna conexión entre los
acusados y el hombre que la tiró”. Además, responsabilizó al gobierno de
Chicago por permitir que la agencia de seguridad Pinkerton utilizara
sistemáticamente armas de fuego para reprimir las huelgas.
Las últimas palabras de los Mártires de Chicago
Luego de recibir la condena a la horca, los cuatro anarquistas
tomaron la palabra.
“Solamente tengo que protestar contra la pena de muerte que
me imponen porque no he cometido crimen alguno... pero si he de ser ahorcado
por profesar mis ideas anarquistas, por mi amor a la libertad, a la igualdad y
a la fraternidad, entonces no tengo inconveniente. Lo digo bien alto: dispongan
de mi vida”. Adolph Fischer.
“El principio fundamental de la anarquía es la abolición del
salario y la sustitución del actual sistema industrial y autoritario por un
sistema de libre cooperación universal, el único que puede resolver el
conflicto que se prepara. La sociedad actual sólo vive por medio de la
represión, y nosotros hemos aconsejado una revolución social de los
trabajadores contra este sistema de fuerza. Si voy a ser ahorcado por mis ideas
anarquistas, está bien: mátenme”. Albert Parsons.
“Honorable juez, mi defensa es su propia acusación, mis
pretendidos crímenes son su historia. [...] Puede sentenciarme, pero al menos
que se sepa que en el estado de Illinois ocho hombres fueron sentenciados por
no perder la fe en el último triunfo de la libertad y la justicia”. August
Spies.
“No, no es por un crimen por lo que nos condenan a muerte,
es por lo que aquí se ha dicho en todos los tonos: nos condenan a muerte por la
anarquía, y puesto que se nos condena por nuestros principios, yo grito bien
fuerte: ¡soy anarquista! Los desprecio, desprecio su orden, sus leyes, su
fuerza, su autoridad. ¡Ahórquenme!”. Louis Lingg.
Fuente: Infobae
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