- 02 de febrero de 2019

Es la golosina más polémica que existe. La inventó un asturiano en Uribelarrea, provincia de Buenos Aires. Amada y odiada, ni sus fabricantes saben el origen real del nombre.
Una de las costumbres más habituales con este caramelo es
escupirlo. Otra, debatir acerca de su duración o entender por qué lleva
envoltorio diferente si siempre tiene el mismo sabor. Cuando se habla del Media
Hora, se habla de la golosina más polémica del mundo.
La grieta se da entre el ansioso del masticable y el
paciente cultor del caramelo duro. Y entre lo duros, el Media hora es Clint
Eastwood. Además, negro y gordo. Duro de morder antes de los dos minutos,
empezó a fabricarse en 1952. El responsable: Rufino Meana, un gaucho con base
en Uribelarrea, Cañuelas, provincia de Buenos Aires. ¿Cómo definir su gusto?
Rufino lo bautizó “anetol”. La fórmula secreta es tan misteriosa como la de la
Coca-Cola y sólo fue revelada cuando Meana le vendió la marca a Stani.
Cuando se lea esta nota, se estarán cumpliiendo 35 años del
cierre de la fábrica original. Los Media Hora siguen elaborándose a manos de
Mondeléz Internacional con una intimidante advertencia en letra chica: “Riesgo
de asfixia”, dice el envoltorio. “No se recomienda para menores de 4 años”.
De los caramelos que se siguen haciendo, es el más antiguo
después del Sugus. El Mu-Mú, otro clásico, dejó de existir en los ‘90.
El Media Hora (en rigor 1/2 Hora) tiene un reloj dibujado.
¿En qué hora está? ¿Una y media? ¿Ocho? ¿Cambia la hora según el envoltorio?
Alejandro Dolina se ocupó del tema: “Tengo la ligera sospecha de que ese reloj
anda”. Como sea, el caramelo dura menos. ¿Alguna vez duró lo que promete? El
actual caramelo pesa 4 gramos y, según Alan Bawden, administrador de la
distinguida página El Gran Libro de las Marcas, fue perdiendo tamaño con los
años. “Antes era una pelotita redonda y perfecta –dice-, ahora se parece más a
un óvalo que a otra cosa”.
Los estudiosos del tema –que los hay-, coinciden en un
aspecto: no existe un solo nene que pida un Media Hora. ¿Entonces? “Es un
caramelo para gente adulta, gente que come nada más que este caramelo”. Lo
asegura Ignacio Ocampo, también conocido como Iti El Hermoso, autor de Libro de
Quejas, pieza contestataria que hace del reclamo un estilo de vida.
“Tendría una Biblia para hablar en contra del Media Hora,
pero prefiero callarme”. ¿Por? “Ninguna golosina puede tener un sabor tan
apocalíptico y contrahecho. El sabor de la vejez, el gusto de un suéter lleno
de humedad. Es lo que te convida una abuela que vive rodeada de gatos y lo
único que tiene para convidar de un tazón lleno, son Media Hora comprados durante
la última Dictadura Militar”.
Cuando comenzaron a fabricarse se le atribuyeron cualidades
digestivas. Hay una publicidad de 1982 que lo promociona con niños, lógica
aspiracional de cualquier golosina. Fue la última vez que se invirtió tanto
para un producto tan poco estratégico. Al cabo de distintos días, este cronista
pudo comprobar que el caramelo, como mucho, dura 14 minutos.
“No los como”, se ataja Naná, única crítica de golosinas del
país. “Intenté descubrir su magia, entender por qué un dulce color caca tenía
tan admirable permanencia, pero no pude ni cinco segundos. Creo que en cierto
sector de la sociedad es un caramelo vintage; es decir, un caramelo snob que
supone distinción y experiencia. En lo personal, si fuera la única golosina en
una isla desierta, preferiría comer arena”.
Clarín se comunicó con Mondeléz, actual fabricante del
caramelo duro. “No tenemos explicación fehaciente de por qué se llama Media
Hora”, reconoció una fuente. Gisela Yajati, directora de Chicles y Caramelos de
la empresa, sumó: “Los hacemos en Victoria. Es uno de nuestros productos
históricos”.
Gisela confiesa que el caramelo ha sufrido algunas
modificaciones a lo largo del tiempo. “Esencialmente se modificaron algunos
edulcorantes. Lo que se mantiene intacto es su principal saborizante, el
anetol, máximo responsable de su sabor. El anetol es un compuesto aromático con
un gusto distintivo que combina anís, hinojo y anís estrellado”.
¿Se vende bien? “Se mantiene estable a lo largo de los años.
Es un fenómeno que ha logrado trascender generaciones”. Alan Bawden, al frente
de El Gran Libro de las Marcas, investigó obteniendo matices curiosos. “Mi
familia tuvo kiosco entre 1989 y 2011. Estuve ahí de chico. Accedí de primera
mano a todas las novedades, como los caramelos Frutilla-Crema, de Arcor,
espécimen extinguido que era pariente del Menta Chocolate. Me adentré en el
tema de este caramelo paradójico: papel colorido altamente llamativo para un
nene pero sin la salida del resto. Además estaban ubicados en el poco prometedor
fondo de la caramelera, cerca del kiosquero pero no del cliente”.
Alan se encariñó: “Fue difícil de entrada. El hecho de que
tuviera varios diseños de papel me hizo probarlo varias veces, investigando
hipotéticos nuevos sabores. Cuando le agarré el gusto se me antojó sentirlo
seductor. Para bien o para mal, vas a estar bien atento a lo que pasa en tu
boca. Comer un Media Hora, en muchos casos, puede ser lo anecdótico de tu día”.
Continúa: “Desde el punto de vista histórico y nostálgico,
los Media Hora son testigos vivos de lo que eran las golosinas de otros
tiempos. Para mí pertenecen al patrimonio kiosquero junto a las pastillas DRF y
el bocadito Holanda”.
¿Que no respete su duración sería un caso de deslealtad
comercial? “Es posible, pero más grave sería que le cambien el sabor. No
conozco a nadie que haya vivido la experiencia de la media hora o cerca, pero
de mi propia experiencia, y la de mi papá, muy golosinero también, los minutos
de menos tendrían que ver con un tamaño que se viene achicando hace añares.
Antes, seguro, duraban 20 minutos”.
El caramelólogo Alberto Domal, a su turno, dirá que los
taimados del Media Hora “son los mismos que discuten la rigurosidad de los 74
metros del papel higiénico y los mismos que desconfían de que las cajas de
fósforos contengan 222 cerillas”. A los de Mondeléz se los nota un tanto
renuentes. Para empezar, ni ellos mismos saben por qué el Media Hora se llama
como se llama. “También hay versiones de que su nombre tendría que ver con el
período recomendado entre un caramelo y otro. Uno cada media hora”, dicen desde
la empresa.
Cuando intentamos saber si la media hora incluiría lo que
uno tarda en ir al kiosco, comprar el caramelo, desenvolverlo –nada sencillo- y
chuparlo hasta que se disuelva, las respuestas ya no llegarán.
El galpón de Uribelarrea donde empezó la historia se
convirtió en un loft de 415m2. La oveja negra de los kioscos tuvo su Willy
Wonka en un asturiano que supo crear una golosina única y sin competencia. El
anetol, partícula elemental y adormecedora de lenguas, es un derivado del
aceite de anís. De allí su etimología.
El Gran Libro de las Marcas maneja otra teoría de por qué se
llamaría Media Hora: 30 minutos antes de su cierre diario, la fábrica de Rufino
Meana limpiaba las máquinas. “Las sobras de otras golosinas formarían la
materia prima del caramelo de sabor impreciso”.
La sede central de Uribelarrea cerró sus puertas en 1984.
Meana le habría echado la culpa a Alfonsín. El caramelo se vende a Stani. La
golosina va pasando de manos. Stani se lo transfiere al grupo conformado por
Cadbury y Adams. Toma la posta Kraft Foods y luego, hoy, Mondelé, resposable de
Terrabusi, Tita, Rhodesia, Cerealitas, Oreo, etcétera.
Los números de producción del caramelo no se dan a conocer
por cuestiones de confidencialidad, pero Mondeléz asegura que es una línea de
montaje que fabrica a diario: “El Media Hora rota bien y sostiene su promedio
de ventas”. En el actual envoltorio, la multinacional figura en los créditos.
Se sabe que la extraña golosina, amada, odiada y de
inconfundible sabor, cruzó la cordillera y se vende en Chile. El Gran Libro de
las Marcas lo define sin lugar a dudas: “Es un caramelo con sabor a tango”.
Fuente Clarín
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