Nuestro mundo cambió. Hoy estamos ante el enorme desafío de una enfermedad producida por un virus que desconocíamos, que sorprendió a los científicos y que paralizó al mundo.

Nos asusta la manera en la que atraviesa fronteras y la celeridad con la que expande sus efectos nocivos, arrasando con nuestra cotidianeidad, con nuestros encuentros habituales, con nuestros modos de trabajar y con el trabajo de muchos. No solo afecta la salud, impacta profundamente en todas las dimensiones de nuestras realidades tales como las conocíamos hasta hace un corto tiempo atrás.

En el contexto de esta sociedad de consumo que vive sumida en un ritmo de vértigo permanente y que no se detiene ante nada, porque nunca tiene tiempo, nuestra primera expectativa fue que esto se resolviera pronto con medicinas o tecnologías, porque claro, estamos en el siglo 21.

Y esto no fue así. No hay aún un medicamento que haya superado los ensayos clínicos necesarios para ser recomendado para el tratamiento, no hay aún una vacuna ni una tecnología que frene el avance.

Y allí fue donde descubrimos como ensamblan nuestras vidas con las de los demás, con las de nuestro círculo, familia y amigos, pero también con nuestros compañeros de trabajo, con quienes viajan en el mismo medio de transporte, con quienes circulan por la calle, con los locales y extranjeros, con todos aquellos con quienes nos une un rasgo común que nos hace iguales e igualmente vulnerables, nuestra humanidad,

Y así fue como de manera brutal, comprendimos que nuestros derechos son siempre con relación a los demás y así como los derechos, también su correlato: los deberes.

Descubrimos que nuestra supervivencia como sociedad depende de las políticas sanitarias, pero antes que de ellas, depende del enfoque comunitario que le demos a nuestra vida y de la responsabilidad con la que asumamos que lo que yo hago impacta en los otros.

Hoy, mantener la cuarentena y quedarte en tu casa es un deber cívico y un imperativo ético. Si ya sabemos que para cortar la transmisión, es imprescindible el aislamiento social, quien deliberadamente lo incumple, no solo está faltando a una norma legal, está faltándole a su familia y a su comunidad a la que pone en riesgo. Está golpeando con su indiferencia a los miles de trabajadores de la salud, médicos, personal de enfermería, auxiliares, fuerzas de seguridad, trabajadores de recolección de residuos y desinfección, a todos aquellos que en la primera línea de exposición, empeñan sus esfuerzos cada día, pensando en salvarte.

Muchas veces nos habituamos a esa actitud de omnipotencia de “a mi no me va a pasar”, pero este es el momento de dejar esa actitud de lado, porque ahora la consigna tiene que ser no quiero que te pase, y por eso me cuido y me quedo en casa.

Como nunca, descubrimos el entrelazamiento de nuestras vidas y como nuestra supervivencia en estos momentos está fuertemente atada a la de los demás. Hoy la solución está en cada uno, porque cada uno es parte fundamental de esta sociedad que tiene vinculado su destino, a la voluntad y a la responsabilidad solidaria de cada uno de sus integrantes.

Nuestro mundo sanará, pero está en cada uno de nosotros hacer que suceda.

*Mario Fiad

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